Esa vez nos sentamos a cenar luna, encendiendo la fogata con un pedazo de sol. Cuando tomamos el océano Índico para beber, un pedazo de sol escapó del frasco universal y dio vida a una galaxia que, en otra ocasión, comeremos de postre.

Hexomía

Hexomía

Mi amante preferida.

Con desabrigados billetes en mi bolsillo, me dirigí al hotel Loumier donde esperaba en la habitación 107 mi amante preferida. Llegué a la recepción con escaso cigarro; Monseuir Mikael me indicó que me esperaban en dicha habitación y le pregunté si tenía algún cigarro que me pudiera obsequiar, a lo que me extendió uno con aspecto extraño, lo tomé y subí a la habitación con un rostro satisfecho y ansioso. Al tocar la puerta tres veces con ciertas pausas para que se me reconociera, fui recibido por un saludo casi caluroso y un desnudo nada estético. Me preguntaba a ratos si el costo de la relación valía el estado físico de aquella mujer; no me importaba y seguía con el ritual debido, observando las facciones satisfechas de mi padre en el cuadro que engalanaba la habitación.

Al encontrarnos parados frente a la cama, me quitó el saco y lo detuvo en el respaldo de una silla. Mientras descendía la ropa de mi cuerpo como diminutas avalanchas de sensaciones adolescentes, sus cabellos mostraban resequedad, seguramente al no haber tocado agua en muchos días. Sus manos, ásperas al tocar mi pecho, tenían pequeñas cicatrices recién producidas y casi al obsequiarse un desnudo con mi cuerpo, noté que sus ojos parecían perdidos y que la mirada se disipaba en cortes dirigidos a la ventana.

Como no quiero adentrarme en detalles sexuales, limito la atención al sudor desprendido por dos cuerpos con deseos desiguales pero culminante en besos intermitentes. Al encontrarme desnudo en la cama, decidí ubicarme en el balcón de la habitación y fumar el cigarro obsequiado por el recepcionista. Tomé el cigarro del saco y rocé los billetes desamparados, nunca me importó que se quedaran ahí. Salí al balcón para disfrutar de aquel cigarro alargado y fino, como las piernas de mi amante pero con menos cicatrices expuestas.

Situaba mis manos en el barandal, como si fuese mi único apoyo vivencial. Disfrutaba ver parejas caminantes que desprendían aromas apasionados, siendo el humo del cigarro impedimento para apreciarlos constantemente. En la última bocanada observé que despertó mi amante preferida, su sutil movimiento al bolsillo de mi saco para obtener algunos billetes no me importó. Cuando expulsé el humo ascendente, contrario a mi desnudo, cerré los ojos pensando en visitar a mi dormida esposa y entregarle los empolvados billetes que robaba mi amante.

Gemelos

Le esperaba su esposa en la antesala y sus hijos en el patio. El hombre robusto, ese día, decidió romper la dieta. Se reunió con su amante, quien era viuda y recientemente había abortado gemelos.

Linaje

Provengo de un linaje destinado a galletas sanfranciscanas. Sé, por medio de cartas, que mi abuelo paterno era rubio con genialidad histriónica. Mi abuelo materno tenía ojos verdes y asombrosa habilidad musical. Por último, mi padre poseía un rostro envidiable y calidad oratoria incomparable. Ahora, tengo prisa en encontrarme una imagen y escribirle una carta a mi hijo describiendo nuestro preciado linaje.

El humo

El niño preguntó: "¿Cómo se forman las nubes?" y le expliqué el ciclo del agua pero él agregó: "Siempre pensé que era el humo de Dios".

Sillas y mesas

Los asientos se calentaban en su triste idea de pertenecer a la sociedad de las mesas de categoría. Hubo una mesa que accedió juntarse con cuatro asientos poco cálidos pero estos sabían que la indiferencia de las otras mesas podía robarles su esencia. Así, cuando cuatro sillas se juntaban con una mesa, las personas que utilizaban el conjunto se calentaban con el sentimiento de pertenencia y las mesas eran acuchilladas en el rostro por los despiadados que entraban en la cantina.

Jarabe

La niña no quería tomar la medicina. La madre insistía acercándole la cuchara a la boca pero la niña no la tomaba.

Enojada, la madre le preguntó por qué no quería beber el jarabe para la tos y la niña respondió: "Eso no es jarabe mamá, es tu medicina para el cáncer".

Deseo, convicción, imposibilidad.

Dalihé: "Puedo hacerlo. Sí puedo cambiarlo. Pero no sé cómo".
Divihidri: "Construye una máquina del tiempo".
Doel: "Pero no puedes cambiar el futuro".

Loco loco loco

Justifico mi locura. Pues si estar loco lo explica Friedrich y Gibran bien yo podría encerrar mi mente en una esfera de navidad, agitarla y observar cómo terminan de caer mis neuronas hacia el adorno campirano. No hay relato que me ayude a comprender cómo soy en verdad pues nunca explican cuál es la verdad. Ejemplos tan comunes como taladros en las sienes, monólogos ingleses y cuerpos descompuestos en la cama, me dejan con más dudas de comprender mi locura. Es cierto que escuchar música de cabeza me otorga la habilidad de visualizar el futuro pero es difícil hacerlo con camisas de fuerza. He leído de suicidios a la edad de veintisiete; no sé qué tiene de especial esa edad si hay otros doscientos nueve números para escoger. Algunos me han otorgado premios por mi locura, hasta me estrechan sus sucias manos llenas de gérmenes solipsistas que pronto han de infectarme. Algunos otros me obsequian papel, con rostros políticos, por haber ejercido mi locura. Apunto mi incapacidad de racionalidad en libretas alucinógenas, las garrapatas azules son mis letras que escribo con cabellos de reyes casi canos. Así, cada Jueves escribo lo que no debería escribir y como todos los días es Jueves excepto el Viernes, este día lo dedico a entender mi locura porque hoy es el próximo Jueves.

Me pierdo en la incertidumbre de ir al baño o no ir al baño, de comer o no comer, de dormir o no dormir, de asesinar o no asesinar...

...de ser o no ser.

De la serpiente a la manzana.

Escribimos caminando. La manzana no tiene tamaño donde el sol se esconde entre dedos que no saben hablar y el agua se encima con lentes casi graduados que toman fotografías a instrumentos con vestido. ¿Si caminamos escribimos? Siento que se mueven los insectos bien organizados, perseguidos por una lupa color cielo que quema su músculo hasta derramar hojas de la ciudad, antiguamente llamado el bosque primitivo. Hoy me he sentado y pienso: Los insectos no tienen corazón, sino cerebros en las ventanas. Parecen diseños conocidos que se van disipando con la lectura de soles sentados con pocas lunas que permanecen a su lado.

De la manzana a la serpiente.

De vuelta al país, si hablamos de manzanas que se engusanan y llegan a formar cerebros organizados, el deleite lo hacen los demás, pues es espejismo el que se nos otorga. La música procede de lugares donde la inconsciencia desdeña su nostalgia. Tanta visita me ha excedido; las ventanas de mis insectos se trasladan a ocasiones donde los rojos somos divinos y la costumbre se hace visible. Así, concluyo la visita a lugares casi poco comprendidos; risueñas son mis manos, que me han descrito como aparato de silencio. Han pasado vidas frente al manicomio y se culminan cuando se hacen cuerdas. Nos acepto con las cuerdas en los sueños, si es que nos volteamos al cansancio. Tiran fuerte la locura para hacernos reprimidos. Se han ducado las intenciones. Manipulado escribo mientras camino a la manzana, limitada por mis sueños, antagónica a la próxima ciudad.

Apología a la genética.

El caleidoscopio del libido personal se hace indispensable cuando la trayectoria científica nos ha creado pastillas recesivas. Los genes con trisomía conllevan al estudio, no inteligente, de la metáfora humana comparada con útil reversa que legalmente nos otorga la apología de mantenernos en estática, visualmente prometéica. A su vez, el escondite con estalacmitas alimenticias se vuelven las carpas bicolores donde renace el color noche pero jamás el color día.

El agua de Miguel.

Las pestañas exhalan el humo del alma pues los ojos lo son. La mirada te apuñala de ciertas maneras que los postres celestiales irradian las voces de azules que otorgan radios en discos andróginos, elevados a colas de cometas. El cigarro es el clavo último del deseo, como aderezo que se busca en papeles de tipografía desconocida. Así, con cigarros encendidos, me he quemado las pestañas entendiendo por qué es difícil mirar a través de los ojos.

Los atajos.

Te he visto en el reflejo del aparador, con cabellos que se enredan en el humo del cigarro que acabas de tirar. Hay paredes que se pintan solas y se extienden a edificios que se están por construir, ejerciendo el derecho a la locura y engañando mi sentido de la vista. Hoy he visto por última vez tu aparador, pues de tanto verme reflejado, he obsequiado mi vista al asesino.

Poetas.

Un beso se destruye cuando el agua contemporánea se inicia apagando las alas del fénix. Los labios rezan por linderos cosméticos que hacen referencia en poesía a Azazel, el ángel caído del bosque que no existe. Es Mayo cuando las relaciones se cultivan en pirámides redondas por debajo, aislando a los poetas del romántico beso mundial.

El corazón recorrido.

Le cuestioné; señor, disculpe, ¿es de Usted este corazón ensangrentado?, ¿no?. Bueno, creo que lo usaré por un rato. Al cabo de un día, mi corazón anterior había sangrado lo suficiente como para bañarme en sus aguas sucias, ojalá hubiera previsto que los recuerdos se quedan en trozos de venas que aún flotan en la superficie. Cuando quise rescatar mi anterior corazón, ya me encontraba en una avenida. Decidí arrojar mi nuevo corazón al suelo, cuando vi a un joven de aspecto retorcido que me cuestionaba, realmente no recuerdo bien su pregunta, creo que era sobre un corazón ensangrentado, pero sólo seguí caminando.

Radiograma genealógico.

Se despiertan los incidentes relativos a la inconsciencia colectiva. Se redactan en voz pasiva los ligeros desarrollos de antioquía que han desatado tempestades de estupidez universal, nunca dormida. A veces, los colores del radiograma de las estampas ingeniosas, se miran con ideología lastimosa porque se han creado de la extrañeza visceral. Cuando duerme el accidente, esperamos suceder, mientras auxiliamos la realeza intrínseca del sueño.

Yo sí fui a la luna.

Subimos a las estrellas
Escalando gotas de lluvia
Oportunas, como lágrimas
Para extinguir tu sonrisa.

En la luna nos fijamos
Como artistas sin pintura,
Arriesgando su exigencia
En velados fotogramas.

Alejando las torturas
Invencibles a culturas,
Soy hermano sin tu sangre
Derramada...

En sonrisa alunizada.

¡Ah!, el viejo.

Alguna vez, caminando entre la multitud, un mendigo me dijo: "Cuando los dioses eran jóvenes e inmaduros usaban los planetas como monedas".

No tan absurdo

Pinté el color de la mente, color orquídea, extinto en la rareza natural. Es obsoleto quien utiliza velas para iluminarse, bastaría con la luz de un teléfono celular para observar las maravillas del universo. Es absurdo saber cómo funciona una celda comunicativa, sería suficiente aprender reglas de decisión con linajes sin alternativa. Es ridículo crear el color de la mente, no se necesita más que volver los ojos, mirar hacia dentro y darse cuenta que los colores necesitan materia para usarse.

Iguales

Soy tan superficial como tú. Agregamos las hipérbolas de la ocurrencia a infinitas paradojas que siguen el camino octagonal. Hay cuerdas que se llaman por su nombre y otras que ni siquiera hablan; trato de incluir en su vocabulario mi nombre pero no me dejan existir. Ojalá fuéramos banderas sin colores o marcas, posados en lugares sin dueño, cualquiera que quisiera pudiera tomarnos como estandarte. Hay relojes que toman el tiempo hacia delante y hay otros, como nosotros, que toman el tiempo en retroceso esperando a que terminen de leer. Por eso, eres tan superficial como yo.

Mis fuerzas

Presión y tiempo es lo que estudia la geología. Ambas recaen sobre las piedras y las hacen caer de distancias extrañas donde puertas infinitas son golpeadas por el viento que genera su propia abertura. Roguemos porque las piedras no nos golpeen en la cabeza y que el cuerpo sea la brisa que desvíe el tiempo, dominante propaganda. Presión y tiempo, podemos controlar sólo una de estas variables. ¿Dónde está la máquina del tiempo?.

Teléfono sin batería.

Caminantes del universo: les habla el que ya estuvo en su destino, comiendo manzanas jugosas, no sé qué tienen de pecadoras. Visiten el incierto infierno donde se encuentra el humano de tres cabezas y su infiel asistente que le gusta vestir pijamas rojas. Gocen el universo maldito. Aspiren el humo de dios, que viene fumando desde que escupió la última bocanada y se creó el mundo. Así, hijos de la naturaleza que provoca enfermedades, no olviden caminar por el universo con teléfonos celulares encendidos para que los vean al paso de la estrella libertad.

Estafa mágica.

He comprado mi alma en el bazar, no sé cuánto ha costado ni cuánto he dado pero parece funcionar bien, le he instalado aplicaciones para tenerla como yo quiero y que sea útil a diferencia de la anterior. Esta versión se compone de tres constantes, la primera me ha hecho recordar cuando las luciérnagas se oscurecían al llegar la luz eléctrica, la segunda me hace recordar los juguetes rojos que saltaban en el techo y llegaban a mi jardín aplastando hadas, dejándome sus varitas mágicas para hacer conjuros en las galletas y por último, la tercera me ha hecho olvidar el valor de las cosas y su significado. Hoy iré a comprar un alma al bazar, espero ésta no me haga olvidar el valor de mi alma pues la anterior la he regalado.

Rompecabezas.

Se me ha roto la cabeza de tanto pensar, le he puesto pegamento de unicornio para que pueda conversar. Te invito a la fiesta de la medicina, con zorros petrificados colgados en una pared que se mueve en círculo e hipnotizan a las damas que extienden sus vestidos en la larga caminata del agua. Hoy decimos que aparecen laureados Césares con escribas a sus pies pero nos comemos las palomas de la paz y usamos sus huesos para jugar al dominó. No sé si se ha roto mi cabeza en dos o tres pedazos pues sólo he encontrado éste, y parece que embona en el orificio donde penetró la munición.

Te vi en la tele.

Como ojos verdes que flotan en copas de vino azul, me traslado al paisaje donde se desmorona el cielo en pedazos, nos cubrimos los pies con sombreros que queman las ondas musicales y las convierten en signos imprecisos volando por los oídos de la muchedumbre transformando sus cerebros en plateadas letras incoherentes en pantallas ajenas. Así, termino con los ojos rojos que me llevan a la realidad y las vírgenes conviven con hombres de mil años con nietos codorniz asustados por la estridente música clásica que ya no utiliza luces tornasol.

Mi lluvia.

Han pasado días en que la lluvia se ha vuelto arcoiris, con pétalos de rosa refugiados en las lámparas de noche haciendo las calles color fosforescente. Y con palabras dulces que se expulsan en cañones dorados de un edificio a otro, conocemos mujeres y hombres tan interesantes como las agujetas de los zapatos que he tirado ayer por la noche. Comemos anfibios que no tienen sentimientos y bebemos el plástico de las etiquetas de nuestros sombreros. Han pasado días que no llueve, han pasado muchos días. Creo es porque no he jalado la palanca del retrete e imaginé un hermoso lugar en un pedazo de excremento donde la lluvia es arcoiris.

De sentido.

Quisiera saberlo, ¿cómo desaparezco de esta ciudad haciendo preguntas con sentido?. Hemos prendido el cuello del cielo. Para esta ocasión, nos unimos y robamos el corazón de Jesús para darlo al hambriento canino y acariciarlo con nuestros brazos cortados. Tira el oro que traes colgado, regrésalo a tus pies, donde pertenece. Arráncate el cabello para cubrirnos de las estrellas que nos obligan a soñar. Cuando se sopla a la llama del laureado asesino, las mujeres exhalan besándose en el espejo, como el cielo acaricia nuestras espaldas cuando el sexo se evapora en aromas que se pierden en la ciudad. Quisiera saberlo, ¿cómo desaparezco de esta ciudad haciendo preguntas sin sentido?

 

Con gafas y sombrero

Hoy me estoy arreglando porque ya te olvidé. Encontré un sombrero negro el cual usaba mi padre; estas gafas negras son apropiadas con mi atuendo, así saldré durante la noche plateada.

Camino hacia el hogar de Doel, amigo y compañero de tragedias, pero decido sentarme en la acera a contemplar cómo se consume un cigarro entre mis dedos, sin dar bocanada alguna. Al pasar un rato, Doel se aparece detrás mío reclamando mi ausencia en su hogar. Pensé en decirle que me había retrasado debido a un inconveniente en mi mente al encontrar huecos en mi memoria, pero simplemente le contesté: "Perdón". Así, caminamos hacia una reunión la cual nos habían invitado, muy cerca de nuestros hogares. No quise ceder al principio pero sus argumentos fueron convincentes por el momento: "Ya, vamos", "Va a estar bueno", "Olvídala", y así fue como decidí acudir a la reunión.

Caminando por la acera donde las aves ya no tienen voz y son murciélagos los que manchan la luna, sólo veía la porción de suelo donde iba a colocar el siguiente paso. Doel hablaba de la experiencia con aquella mujer de sus tragedias mientras yo, sonreía al escucharlo.

Al cabo de la mitad de una hora, llegamos a las puertas de la reunión donde se encontraba Dasel, amigo que no escribía sus poemas sino los expresaba en sus ojos. Doel y yo saludamos como es costumbre a Dasel: "¿Qué onda?, ¿cómo estás?" a lo que Dasel contestó: "Nada, aquí nomás". Entramos a la reunión donde una multitud le gritaba a una joven que se quitara la blusa. Pasé desapercibido ese suceso y me dirigí directamente a la mesa donde se encontraban las bebidas, mientras calculaba en mi mente cuántos litros de alcohol necesitaría para que pudiera encontrar armonía con el ambiente presente. Doel y Dasel se habían quedado frente a la puerta viendo salir a una adolescente con vestido, susurrándose el uno al otro: "¡Qué guapa!".

Después de servir la bebida en un vaso de plástico con figuras en el exterior, me senté en un rincón viendo cómo la gente festejaba sin ningún motivo y sólo ingería alcohol para pertenecer al ambiente y desinhibirse un rato. Fue en ese momento cuando tiré la bebida en el suelo, siendo absorbida por la tierra que cubría la mayor parte del lugar. Y en ese instante escuché una voz grave y pretenciosa: "Cuidado con lo que tiras, me has mojado, mejor salúdame", era Murcy, me sentí apenado y le extendí la mano con la cabeza hacia abajo. Murcy casi siempre escribía algo en su pequeño libro de pasta negra y parecía que ahí guardaba todo su pesar y nunca lo mostraba a nadie. Sus poemas los escribía de forma que nadie los entendiera; había creado su propio idioma con acentos múltiples y pronunciación suave. En el momento que me dio la mano me preguntó: "¿Quieres leer algo que acabo de escribir?" a lo que le contesté: "Sí, pero no lo escribiste en tu idioma raro, ¿verdad?", pero él sólo extendió su libro de pasta negra para que lo leyera. Al comenzar a leerlo no entendí, pero después de brincar entre signos suaves pude descifrar las palabras: "hombre, tristeza, anteojos, ella, sobre su cabeza", inmediatamente de que terminé de leer, Murcy retiró su libro de pasta negra de mis manos y se retiró de la reunión recitando un soliloquio de Ofelia.

Doel y Dasel habían encontrado a Dalén en el camino hacia la mesa con las bebidas, Dalén me saludó obsequiándome una sonrisa y estrechándome la mano. Dalén era muy alto por lo que nuestras miradas cruzaban una trayectoria larga y así como fue larga la mirada nuestra amistad lo es. Momentos después, Doel gritó: "Ahora sí, estamos los que debemos de estar" y justo cuando terminó la oración se acercó Demetrio, un joven moreno y con rostro que retaría hasta al propio Mefistófeles. Los cuatro quisimos evadir su presencia pero me tomó del hombro y dijo: "¿Qué tranza?, ¿ya no saludan a los cuates?". Los cuatro, en ese momento, recordamos a Demetrio en nuestras épocas adolescentes con una gran sonrisa y ojos que expresaban sinceridad, pero cuando lo veíamos en el presente nos recordó a aquel hombre que sufrió toda su vida esperanzado por ver a una piedra echar raíces. Los cuatro saludamos a Demetrio e inmediatamente uno a uno nos fuimos retirando hasta dejarlo solo, con su vaso con alcohol en la mano y un cigarro entre sus labios, con mirada perdida y como si quisiera regresar a la época adolescente donde era feliz.

Los cuatro nos disponíamos a iniciar la conversación con tres jóvenes muy guapas que estaban a las faldas de un árbol. Dalén comenzó por preguntar sus nombres; Doel contó un chiste que sólo nosotros cuatro pudimos entender y Dasel constantemente rodeaba con su brazo a una de las jóvenes. Mientras, yo reía cuando tenía que reír, sonreía cuando tenía que sonreír y callaba, sólo callaba.

Poco después de haber estado en la reunión les dije a mis tres hermanos de experiencias: "Ya me quiero ir", pero los tres intentaron, inmediatamente, convencerme de que me quedara, entonces decidí irme diciendo: "Ahorita vengo, voy al baño".

Salí rápidamente de la reunión y comencé a caminar, el sombrero sobre mi cabeza reflejaba la luz de la luna y mis gafas oscuras eran como espejos de todo lo que veía. Sin aviso alguno, alguien se interpuso en mi camino sin dejarme seguir, levanté la mirada y reconocí a Daniel, un joven callado que ayuda a cualquiera que se lo pida. "¿Qué tranza, compa?" dijo con su voz aguda, pero no le contesté, sólo le extendí la mano y le sonreí.

Seguí el camino, con rabia de haberla recordado justo cuando me disponía a conocer a tres bellas jóvenes. Y sin haberme dado cuenta estaba muy cerca de su hogar y cuando reaccioné, ese líquido amargo corrió por mi estómago, como cuando estamos en peligro de muerte. Intenté regresar, pero mis acompañantes a la reunión me verían e intentarían convencerme de regresar, así que decidí seguir caminando con un paso más veloz que el usual. Cuando comenzaba a caminar más rápido, Doel, Dasel y Dalén gritaron casi al unísono: "David", haciéndome voltear y esperarlos en el lugar situado. Los tres comenzaron a hacerme preguntas que no entendía, sus voces parecían tan extrañas. Seguí caminando hacia donde me dirigía antes de avistarlos y con calma comenzaron a seguirme. Pasamos frente a su hogar provocando que mi cabeza casi explotara y mi corazón casi se partiera en mil pedazos esparciéndose por el mar enfurecido, pero mis ojos nunca se fijaron en su hogar, sólo posé la mirada en la porción de suelo donde iba a colocar el siguiente paso y mi mente se dijo a sí misma: "Hoy he tenido suerte, con gafas y sombrero jamás me reconocería", y cuando me disponía a expresarles este pensamiento, surgieron de mi boca las únicas palabras de las que nunca me he arrepentido: "Vámonos de aquí".